jueves, noviembre 30, 2006

De patrones explotadores y proletarios explosivos

Hola a todos

Empleo el término “proletario” con toda la mala leche del mundo; una palabra propia de la semiótica marxista para tratar un tema –la huelga- tradicionalmente vinculado al socialismo obrero y sucedáneos. Claro que, si lo quitamos todo ese hálito de romanticismo propio de una película de Bertoloucci nos quedamos con un simple asunto de oferta y demanda. Un ten con ten entre el empresario –“jefe”, para que nos entendamos- y el asalariado o currante.

El segundo ofrece un servicio; su trabajo, que como tal tiene un precio a pagar por aquel que este interesado de la misma forma que hace un panadero al vender el pan.
¿Quién fija estos precios? El mercado y la competencia. Es decir, un sistema mediante el cual los individuos realizan acuerdos (libremente) en función de sus intereses. Yo estoy interesado en una barra de pan, por tanto pago al panadero el precio de su producto si me parece que es justo. Si no, puedo acudir a cualquiera de los cientos de panaderos que pueden ofrecerme un pan mejor y/o más barato. De esta forma, nuestro vendedor en cuestión sabe que si me pide dos congos por su producto cuando sus competidores me ofrecen ofertas más juiciosas le voy a mandar a tomar por el saco. Por otro lado, yo soy consciente de que si quiero pagar solo con 3 céntimos de euro no me van a dar ni los buenos días. ¿Qué hacemos? Entre el amigo panadero y yo negociamos algo que nos parezca bien a los dos. Si él sigue en sus trece y no ajusta su precio, pierde un cliente y si yo no cedo y no subo de mis tres céntimos, me quedo sin comida (él no me da el objeto que ofrece). A los dos nos interesa llegar a un acuerdo.

Lo mismo pasa con los trabajadores asalariados. Ofrecen su trabajo a cambio de dinero, una condiciones de trabajo determinadas, etc... Son como el panadero. Tanto al currante como al empresario les interesa llegar a un acuerdo que satisfaga a las dos partes. ¿Qué pasa? Que en muchos casos, las dos partes no están al mismo nivel. El jefe tiene muchos trabajadores para elegir mientras que el pobre proletario tiene que conformarse con unas poquitas empresas que le requieran. Entonces, si cuando el panadero no llegaba a un acuerdo con el cliente, no le daba su producto, el currante -a veces- tiene que hacer algo más que simplemente dejar de trabajar. Se asocia con otros colegas y deciden “holgar” todos juntitos. Hacen una huelga. La balanza se equilibra porque se reducen las posibilidades de elegir del empresario.

Así es como hay una garantía de que habrá un pacto razonable pese a que como siempre olvidamos el sentido de las cosas, pedimos por pedir y somos así de irresponsables. Irresponsabilidad es que queramos comprar el pan con tres céntimos o que queramos pagar a nuestros empleados con un sueldo irrisorio. Es tirar piedras contra nuestro propio tejado porque o no conseguiremos trabajadores o nos tendremos que conformar con mano de obra de pésima calidad; los obreros que han sido rechazados en todas partes y que se dan con un canto en los dientes con lo que les pagamos o los que siendo buenos, pasan a no trabajar por la falta de incentivo.
También es irresponsabilidad exigir sueldos o condiciones imposibles, de la misma forma que lo sería si el panadero exigiera una fortuna por una miserable barra de pan. Para empezar, a veces parece que el obrero olvida que el dinero con el que se le paga viene del que él mismo genera con su trabajo y que si la empresa gana 1000 no puede pagar 2000. Que de donde no hay no se puede sacar y que todos –patrón y asalariado- están en el mismo barco. Que no puede ser como a veces da la impresión, que la máxima de los que reivindican algo es “no permitir que la realidad estropee sus convicciones”. Seguramente, con un poco de sentido común se evitarían muchas huelgas.

Pero sea como sea, en algún momento, ambas partes tendrán que llegar a un acuerdo en defensa de sus intereses. Hasta aquí de puta madre. El problema viene cuando se pierde la idea de acuerdo. Cuando uno de los dos se cree con mayor legitimidad que el otro y se impone una solución de coacción violenta. En acorde al ejemplo del panadero, esto es ridículo. ¿Se imaginan al camarero hinflándole a hostias al cliente porque no compra su pan? ¿O al cliente llamando a la policía porque se niegan a vendérselo? Sin embargo, cuando lo extrapolamos a las llamadas “relaciones laborales” nos damos de narices con la cruda y estúpida realidad. Eso por no hablar de los “piquetes informativos” en los que unos cuantos currantes cabreados se lían a pedradas contra los que no se han querido sumar a la huelga. ¿Panaderos tirando piedras contra las panaderías vecinas? UN acto de vandalismo, de violencia, de represión pero que en el rollo laboral parece incluso justificable. Porque son “Proletarios rebelándose contra la injusticia”. Porque en este país de alienados, de dictadura de lo “políticamente correcto” preferimos que “nos piensen” a pensar por nosotros mismos y todo atisbo de racionalidad lo rechazamos tachándolo de cosas que no tienen nada que ver.

Seamos lógicos. Quitémosles y quitémonos las pieles de cordero. Que aquí no hay ni santos ni demonios. Que todos vamos a por lo mismo. Dejémonos de palabrería trasnochada, de insultos de patio de colegio y de soplapolleces románticas y llamemos a cada cosa por su nombre; Oferta y demanda.

Fonseca