jueves, septiembre 30, 2010

Via crucis sindical

Eso es lo que han conseguido los sindicatos hoy. El fracaso del 29-S no es el de la huelga, sino el del sindicalismo, en general. No lo voy a llorar

29-S, 10.30 de la mañana en El Corte Inglés de Zorrilla (Valladolid). Un par de periodistas llevan una hora esperando el más que previsible piquete. Pero lo más parecido a un grupo de huelguistas son tres pijas de 17 años que no han ido a clase. “No vinieron los profesores” y van a aprovechar la fiesta para irse de compras. Todos los comercios están abiertos. Y Pablo Iglesias se retuerce en su tumba.

Una hora más tarde sigue sin aparecer una puñetera pancarta. Me marcho andando al centro. De camino sólo encuentro un par de locales chapados. Después leeré en agencias que, con tan poco movimiento sindical, han terminado abriendo. El meollo está por Santiago, Plaza España y Miguel Íscar. Fuera de ahí, no hay huelga. Con tanta alarma de piquetes violentos, la madera se ha puesto las pilas y les sigue a todas partes. Así que nadie se menea. Muchas pegatinas, panfletos por el suelo y gritos de “¡huelga general, estado policial!”. Pero eso es todo.

Las tiendas de la zona echan las verjas nada más ven las pancartas. “No queremos provocarles y que nos la líen” dice un empleado del Visionlab de Plaza España. Y tan pronto se marcha la muchedumbre, vuelven a abrir. Una chica de CGT me asegura que “no se han atrevido a entrar en El Corte Inglés de Constitución por que estaba blindado por policías”. Y así transcurre el resto de la mañana. Sin poder campar a sus anchas, los sindicatos se ven obligados a pasear por las mismas calles durante horas. Como si estuvieran castrados.

Al mediodía, sus líderes jurarán que ha sido un éxito. Que un 70% de seguimiento. O más. En Valladolid también. A estas alturas pueden decir misa. Por primera vez son los malos de la película. “Esto ya no tiene sentido… tendría que haberse hecho hace 2 años… pero no les interesaba” decía uno de los conserjes de mi gimnasio. Para la opinión pública son una correa de transmisión del gobierno, unos vagos y, en el peor de los casos, unos matones. La huelga ha sido su último órdago para recuperar la credibilidad que tuvieron. Pero ha terminado en un estruendoso disparo en el pie.

Tan estruendoso como los petardos que tiraba CGT en la manifestación de la tarde. Un éxito de convocatoria, sí. Con más asistentes que huelguistas. Supongo que, en su mayoría, serían sindicalistas con cargo de conciencia por haber traicionado sus siglas al no haber seguido el paro. También había niños y jubilados.

Y a cada 50 metros, un par de coches blindados de la policía nacional. Queda lejos el asedio de 2002 al Corte Inglés de Constitución. La gente ya no les mira con miedo. Ni se siente representada. Lo ve como un espectáculo más. Una procesión laica donde en vez de cargar imágenes de cristos crucificados, llevan pancartas. A la noche sólo quedan panfletos descoloridos pegados al suelo. Los sufridos trabajadores vuelven a sus casas.

Uno de ellos, con la apariencia clásica de sindicalista, termina el día en el bar de debajo de mi casa. Mientras saco un paquete de la máquina, le escucho hablar con el camarero: “podrán criticar al alcalde –el pepero Javier León de la Riva- pero está dando mucho trabajo… ese no se anda con gilipolleces”. Esto es lo que han conseguido los sindicatos hoy. El 29-S es el via crucis mediático del sindicalismo, tal y como lo conocíamos. Y al tercer día... Zapatero cambiará un par de comas de la ley de reforma laboral: los parroquianos de Cándido lo verán como una resurrección. Pero serán tan pocos que nadie les prestará atención.

(Fotografía de Antonio Sánchez Mera)

martes, septiembre 07, 2010

Heroico friki nacional

Neira mira impotente como la fortaleza se derrumba ante sus narices. Nunca fue suya y por tanto no sabe como mantenerla en pie. Ahora está solo en la colina, rodeado por todo el ejército propagandístico de una izquierda que quiere sangre. Neira, como hombre público, vivió por los medios y por ellos ha muerto.

Los mismos medios que lo parieron, hoy lo matan. Esa es la historia de Neira. Defendió a una mujer maltratada. Y la paliza que le dio el marido le propulsó al cielo, haciendo escala en un hospital. La TV le prorrogó sus quince minutos de fama. Y, de repente, su rostro heroico se convirtió en el adorno más cotizado para una foto institucional.

Se lo disputaron
izquierdas y derechas. Perdieron las de Aído. Aguirre ganó una mascota y Neira una beca para una prometedora carrera política. Voló de la universidad a la CAM por el atajo del fervor mediático. Sin embargo, por cada plató que pisaba, por cada libro que vendía, se acrecentaba cada vez más el rencor de una progresía que quería revancha: “si no eres mío, no serás de nadie”.

Pero a los que no están acostumbrados a los focos, el maquillaje les crea adicción. Y él se sentía cómodo en esa fortaleza de autoridad moral que le habían construido a medida. Desde ahí podía defender ideas intrépidas, solo reservadas para héroes como él, que “no caería hasta que el bosque contra él subiera”. Olvidaba que estaba a merced de su discográfica: que era una spice girl de la política.

Mientras, la izquierda sabía que el bosque mediático se mueve solo. Basta un pequeño soplo de viento –que te descubran
conduciendo borracho, por ejemplo- para agitar los arbustos catódicos. Y Neira mira impotente como la fortaleza se derrumba ante sus narices. Nunca fue suya y por tanto no sabe como mantenerla en pie.

Ahora está solo en la colina, rodeado por todo el ejército propagandístico de una izquierda que quiere sangre. Neira, como hombre público, vivió por los medios y por ellos ha muerto. Le han quitado todo lo que le dieron, incluida su carrera política… y su oportunidad de darse a conocer tal cual es ante el respetable.