Se trata, simplemente, de un puñado de extremistas posteando soflamas anticlericales. Creo que el debate está ahí y no en los límites de la libertad de expresión. Si, en efecto, hay razones para creer que esos radicales pueden pasar a la acción, soy el primero en estar de acuerdo con denunciarlo a los tribunales.
Elentir y Valín discuten sobre la libertad de expresión. El primero defiende que determinados actos de apología de la violencia o amenazas no deberían estar protegidos por ningún derecho. Valín, haciendo suya esa máxima randiana que dice que “las ideas no delinquen”, entiende que incluso los valores más reprobables deben poder ser comunicados.
La cuestión tiene bemoles. Por eso me apetece entrar en el debate aunque llegue un poco tarde. Revisando los textos de Rothbard – el “Curro Romero” del anarcocapitalismo- nos encontramos con el famoso axioma de la no agresión. Tal vez su mayor contribución al liberalismo. A fin de cuentas, lo que defiende todo liberal, con mayor o menor virulencia, es eso: una sociedad libre de coacción.
La agresión, entendida como cualquier intervención sobre el cuerpo o propiedad de un individuo sin su consentimiento, es lo que diferencia una donación voluntaria de la extorsión etarra. Me quedo con el ejemplo porque es bastante ilustrativo. Si lo analizamos, podemos encontrar dos fases. En la primera, el terrorista ofrece a su víctima dos opciones: pagar y callar o resistirse y morir.
Si el extorsionado escoge la opción primera, se libra de cualquier agresión física. Sin embargo nadie se atrevería a decir que ha donado el dinero voluntariamente. La coacción existe. ¿Dónde? En la primera fase. En esa carta con el sello de ETA donde tan sólo se expresa una idea. Es un mero acto de comunicación, sí. Pero el mensaje es tan contundente que merece ser considerado como una agresión del mismo calibre que poner una navaja en el cuello de un pobre infeliz.
¿Qué requisitos tiene que tener un mensaje para ser considerado una amenaza? Para empezar, debe exigir algo al receptor y mostrar una serie de consecuencias si no hace lo que se le manda. En este caso, también debemos hablar de amenazas tácitas. Es decir, que sin necesidad de pedir nada concreto a la víctima, le obligan a cambiar su forma de actuar por miedo.
Ahora bien, para hablar de amenaza tácita es necesario que realmente exista un peligro real. Promover en un grupo de Facebook la quema de iglesias puede ser reprobable. Pero ¿Hay católicos que dejen de ir a misa por que teman que una manada de internautas se organice y prenda fuego a su parroquia? Si entramos en la página de marras, veremos que no existe ningún llamamiento real a la violencia. Se trata, simplemente, de un puñado de extremistas posteando soflamas anticlericales. ¿Se puede comparar, como hace Elentir, con una amenaza de muerte? Creo que el debate está ahí y no en los límites de la libertad de expresión. Si, en efecto, hay razones para creer que esos radicales pueden pasar a la acción, soy el primero en estar de acuerdo con denunciarlo a los tribunales.