Eso es lo que han conseguido los sindicatos hoy. El fracaso del 29-S no es el de la huelga, sino el del sindicalismo, en general. No lo voy a llorar
29-S, 10.30 de la mañana en El Corte Inglés de Zorrilla (Valladolid). Un par de periodistas llevan una hora esperando el más que previsible piquete. Pero lo más parecido a un grupo de huelguistas son tres pijas de 17 años que no han ido a clase. “No vinieron los profesores” y van a aprovechar la fiesta para irse de compras. Todos los comercios están abiertos. Y Pablo Iglesias se retuerce en su tumba.
Una hora más tarde sigue sin aparecer una puñetera pancarta. Me marcho andando al centro. De camino sólo encuentro un par de locales chapados. Después leeré en agencias que, con tan poco movimiento sindical, han terminado abriendo. El meollo está por Santiago, Plaza España y Miguel Íscar. Fuera de ahí, no hay huelga. Con tanta alarma de piquetes violentos, la madera se ha puesto las pilas y les sigue a todas partes. Así que nadie se menea. Muchas pegatinas, panfletos por el suelo y gritos de “¡huelga general, estado policial!”. Pero eso es todo.
Las tiendas de la zona echan las verjas nada más ven las pancartas. “No queremos provocarles y que nos la líen” dice un empleado del Visionlab de Plaza España. Y tan pronto se marcha la muchedumbre, vuelven a abrir. Una chica de CGT me asegura que “no se han atrevido a entrar en El Corte Inglés de Constitución por que estaba blindado por policías”. Y así transcurre el resto de la mañana. Sin poder campar a sus anchas, los sindicatos se ven obligados a pasear por las mismas calles durante horas. Como si estuvieran castrados.
Al mediodía, sus líderes jurarán que ha sido un éxito. Que un 70% de seguimiento. O más. En Valladolid también. A estas alturas pueden decir misa. Por primera vez son los malos de la película. “Esto ya no tiene sentido… tendría que haberse hecho hace 2 años… pero no les interesaba” decía uno de los conserjes de mi gimnasio. Para la opinión pública son una correa de transmisión del gobierno, unos vagos y, en el peor de los casos, unos matones. La huelga ha sido su último órdago para recuperar la credibilidad que tuvieron. Pero ha terminado en un estruendoso disparo en el pie.
Tan estruendoso como los petardos que tiraba CGT en la manifestación de la tarde. Un éxito de convocatoria, sí. Con más asistentes que huelguistas. Supongo que, en su mayoría, serían sindicalistas con cargo de conciencia por haber traicionado sus siglas al no haber seguido el paro. También había niños y jubilados.
Y a cada 50 metros, un par de coches blindados de la policía nacional. Queda lejos el asedio de 2002 al Corte Inglés de Constitución. La gente ya no les mira con miedo. Ni se siente representada. Lo ve como un espectáculo más. Una procesión laica donde en vez de cargar imágenes de cristos crucificados, llevan pancartas. A la noche sólo quedan panfletos descoloridos pegados al suelo. Los sufridos trabajadores vuelven a sus casas.
Uno de ellos, con la apariencia clásica de sindicalista, termina el día en el bar de debajo de mi casa. Mientras saco un paquete de la máquina, le escucho hablar con el camarero: “podrán criticar al alcalde –el pepero Javier León de la Riva- pero está dando mucho trabajo… ese no se anda con gilipolleces”. Esto es lo que han conseguido los sindicatos hoy. El 29-S es el via crucis mediático del sindicalismo, tal y como lo conocíamos. Y al tercer día... Zapatero cambiará un par de comas de la ley de reforma laboral: los parroquianos de Cándido lo verán como una resurrección. Pero serán tan pocos que nadie les prestará atención.
29-S, 10.30 de la mañana en El Corte Inglés de Zorrilla (Valladolid). Un par de periodistas llevan una hora esperando el más que previsible piquete. Pero lo más parecido a un grupo de huelguistas son tres pijas de 17 años que no han ido a clase. “No vinieron los profesores” y van a aprovechar la fiesta para irse de compras. Todos los comercios están abiertos. Y Pablo Iglesias se retuerce en su tumba.
Una hora más tarde sigue sin aparecer una puñetera pancarta. Me marcho andando al centro. De camino sólo encuentro un par de locales chapados. Después leeré en agencias que, con tan poco movimiento sindical, han terminado abriendo. El meollo está por Santiago, Plaza España y Miguel Íscar. Fuera de ahí, no hay huelga. Con tanta alarma de piquetes violentos, la madera se ha puesto las pilas y les sigue a todas partes. Así que nadie se menea. Muchas pegatinas, panfletos por el suelo y gritos de “¡huelga general, estado policial!”. Pero eso es todo.
Las tiendas de la zona echan las verjas nada más ven las pancartas. “No queremos provocarles y que nos la líen” dice un empleado del Visionlab de Plaza España. Y tan pronto se marcha la muchedumbre, vuelven a abrir. Una chica de CGT me asegura que “no se han atrevido a entrar en El Corte Inglés de Constitución por que estaba blindado por policías”. Y así transcurre el resto de la mañana. Sin poder campar a sus anchas, los sindicatos se ven obligados a pasear por las mismas calles durante horas. Como si estuvieran castrados.
Al mediodía, sus líderes jurarán que ha sido un éxito. Que un 70% de seguimiento. O más. En Valladolid también. A estas alturas pueden decir misa. Por primera vez son los malos de la película. “Esto ya no tiene sentido… tendría que haberse hecho hace 2 años… pero no les interesaba” decía uno de los conserjes de mi gimnasio. Para la opinión pública son una correa de transmisión del gobierno, unos vagos y, en el peor de los casos, unos matones. La huelga ha sido su último órdago para recuperar la credibilidad que tuvieron. Pero ha terminado en un estruendoso disparo en el pie.
Tan estruendoso como los petardos que tiraba CGT en la manifestación de la tarde. Un éxito de convocatoria, sí. Con más asistentes que huelguistas. Supongo que, en su mayoría, serían sindicalistas con cargo de conciencia por haber traicionado sus siglas al no haber seguido el paro. También había niños y jubilados.
Y a cada 50 metros, un par de coches blindados de la policía nacional. Queda lejos el asedio de 2002 al Corte Inglés de Constitución. La gente ya no les mira con miedo. Ni se siente representada. Lo ve como un espectáculo más. Una procesión laica donde en vez de cargar imágenes de cristos crucificados, llevan pancartas. A la noche sólo quedan panfletos descoloridos pegados al suelo. Los sufridos trabajadores vuelven a sus casas.
Uno de ellos, con la apariencia clásica de sindicalista, termina el día en el bar de debajo de mi casa. Mientras saco un paquete de la máquina, le escucho hablar con el camarero: “podrán criticar al alcalde –el pepero Javier León de la Riva- pero está dando mucho trabajo… ese no se anda con gilipolleces”. Esto es lo que han conseguido los sindicatos hoy. El 29-S es el via crucis mediático del sindicalismo, tal y como lo conocíamos. Y al tercer día... Zapatero cambiará un par de comas de la ley de reforma laboral: los parroquianos de Cándido lo verán como una resurrección. Pero serán tan pocos que nadie les prestará atención.
(Fotografía de Antonio Sánchez Mera)
2 comentarios:
Me gusta. Ciertamente la huelga tenía que haber sido hace 2 años. Ahora ya no resulta creíble, los motivos no están claros, y la gente lo sabe.
Esta huelga ha sido un placer, por primera vez la mayoría ha visto a los sindicatos como los malos de la película y los paquetes informativos han quedado completamente desacreditados.
Hay gente que se ha enfrentado a los paquetes informativos y a alguno le han dado de su propia medicina. Que se fastidien, que se metan sus silbatos y sus banderitas por donde les quepa y que aprendan a comportarse como demócratas.
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