Israel es único. Es el único país a cuya población se culpa a partes iguales. ¿Qué tienen ellos que no tengan otro país? La primera diferencia que salta a la vista es su mayoría racial/religiosa judía.
De entre todos los comentarios que he recibido en mi anterior entrada, hay uno especialmente interesante. Lo firma Pablo y dice que el odio a los israelíes, más que discriminación racial, es odio a una nacionalidad, en general.
A priori es fácil llegar a esta conclusión. A estas alturas de la película, parece que el antisemitismo murió con Hitler. Además tiene muy mala prensa. De todos los tipos de racismo es, tal vez, el más feo. Pero si tiene cara de perro, ladra como tal y corre tras un hueso, sólo tiene un nombre.
EEUU tiene una política exterior similar a la israelí. De hecho, los antisemitas suelen ser igualmente críticos con los americanos. Sin embargo, nadie propone boicots a Bruce Springteen. Ni lincharía a Steve Jobs si diera una conferencia en la Autónoma de Madrid. Hasta los más antisistema entienden que una cosa es el gobierno yanki y otra sus ciudadanos.
Israel es único. Es el único país a cuya población se culpa a partes iguales. ¿Qué tienen ellos que no tengan otro país? La primera diferencia que salta a la vista es su mayoría racial/religiosa judía.
Y resulta que si echamos la vista atrás encontramos numerosos casos de antisemitismo en la historia. No sólo de España sino de todo Occidente. Desde los pogroms polacos hasta la expulsión de los judíos en la época de Isabel “la católica”.
No es casualidad que en nuestro idioma, hayamos usado varias veces la palabra “judío” como insulto. Y que, tradicionalmente, a los cuchillos grandes se los llame “matajudíos” (la expresión ha caído en desuso pero todavía se escucha en algunas ciudades y pueblos).
Incluso en el presente, líderes como Ahmadineyad, o Le Pen en menor medida, niegan el holocausto nazi y culpan a los hebreos de todos los males.
El antisemitismo no es nada nuevo. Ha existido siempre y en todas partes. Por eso, ahora que aparecen nuevos síntomas de lo mismo, no parece nada descabellado tachar a alguien de racista cuando demuestra serlo y su cultura lo avala.

A priori es fácil llegar a esta conclusión. A estas alturas de la película, parece que el antisemitismo murió con Hitler. Además tiene muy mala prensa. De todos los tipos de racismo es, tal vez, el más feo. Pero si tiene cara de perro, ladra como tal y corre tras un hueso, sólo tiene un nombre.
EEUU tiene una política exterior similar a la israelí. De hecho, los antisemitas suelen ser igualmente críticos con los americanos. Sin embargo, nadie propone boicots a Bruce Springteen. Ni lincharía a Steve Jobs si diera una conferencia en la Autónoma de Madrid. Hasta los más antisistema entienden que una cosa es el gobierno yanki y otra sus ciudadanos.
Israel es único. Es el único país a cuya población se culpa a partes iguales. ¿Qué tienen ellos que no tengan otro país? La primera diferencia que salta a la vista es su mayoría racial/religiosa judía.
Y resulta que si echamos la vista atrás encontramos numerosos casos de antisemitismo en la historia. No sólo de España sino de todo Occidente. Desde los pogroms polacos hasta la expulsión de los judíos en la época de Isabel “la católica”.
No es casualidad que en nuestro idioma, hayamos usado varias veces la palabra “judío” como insulto. Y que, tradicionalmente, a los cuchillos grandes se los llame “matajudíos” (la expresión ha caído en desuso pero todavía se escucha en algunas ciudades y pueblos).
Incluso en el presente, líderes como Ahmadineyad, o Le Pen en menor medida, niegan el holocausto nazi y culpan a los hebreos de todos los males.
El antisemitismo no es nada nuevo. Ha existido siempre y en todas partes. Por eso, ahora que aparecen nuevos síntomas de lo mismo, no parece nada descabellado tachar a alguien de racista cuando demuestra serlo y su cultura lo avala.