La Semana Santa barroca fue el nuevo cambio de imagen corporativa de la Iglesia católica en un momento de crisis de devotos. Es violencia y oscuridad. Dramatismo. Mel Gibson no ha inventado nada…
La Iglesia católica estaba en crisis. Le salían competidores por todas partes. Anglicanos, luteranos, calvinistas... Su divinidad (AKA credibilidad) caía en picado ante una competencia innovadora, que se arriesgaba con nuevas técnicas para conseguir la confianza de un público hambriento de religión. Hacía falta un cambio en la forma de transmitir el mensaje católico. Y este fue el barroco.
Impresionar al creyente. Desbordarlo. Tocar su fibra más sensible, atacar a su subconsciente y mantener la sacralización de la institución; así es como podríamos definir el barroco. De repente, las misas se convirtieron en verdaderos espectáculos (que ya se han perdido, desgraciadamente). Retablos móviles en los que se podía ver como, poco a poco, emergía de unas nubes la paloma del espíritu santo, juegos de luces, esculturas dinámicas. Son pocas las iglesias que aún conservan todos esos efectos hollywoodienses pero hay constancia de ellos. Ray Harrihausen no inventó gran cosa.
Y, precisamente, la Semana Santa es uno de los puntos fuertes de esta renovación de la “imagen corporativa” del Vaticano. Se reivindicó lo más duro del Nuevo Testamento; la pasión de Cristo. Y se mostró con toda su crudeza. Las tallas que estos días llevan a hombros los capuchones vallisoletanos son verdaderos dramas. Una estética brutal, descarnada que desgraciadamente, se ha terminado aceptando como algo normal y convencional. Una tradición más. Foto a lo turista japo y el típico comentario de abuela “¡Que esculturas más bonitas!” Un hombre yacente, lleno de heridas, sangrando por los cuatro costados… ¡precioso, oiga!
Pero si intentamos situarnos en la mentalidad del hombre del s XVII, la Semana Santa cobra una dimensión distinta. Un espectáculo oscuro y silencioso. Los capuchones tienen prohibido hablar durante las procesiones. El cielo plomizo y la música de las trompetas, épica como el Morricone de los espaguetis western. Es la escenificación de un hombre al que torturan y finalmente matan de una forma sádica. ¿Hay algo más brutal? La violencia es una de los temas más recurrentes cuando se quiere llamar la atención. Barroco en estado puro. Sin excesos ni griteríos, en Valladolid siempre ha gustado la sobriedad. Ser impactante sin ser hortera. Sin duda es una efectiva forma de atraer devotos. Y funcionó.
La Iglesia católica estaba en crisis. Le salían competidores por todas partes. Anglicanos, luteranos, calvinistas... Su divinidad (AKA credibilidad) caía en picado ante una competencia innovadora, que se arriesgaba con nuevas técnicas para conseguir la confianza de un público hambriento de religión. Hacía falta un cambio en la forma de transmitir el mensaje católico. Y este fue el barroco.
Impresionar al creyente. Desbordarlo. Tocar su fibra más sensible, atacar a su subconsciente y mantener la sacralización de la institución; así es como podríamos definir el barroco. De repente, las misas se convirtieron en verdaderos espectáculos (que ya se han perdido, desgraciadamente). Retablos móviles en los que se podía ver como, poco a poco, emergía de unas nubes la paloma del espíritu santo, juegos de luces, esculturas dinámicas. Son pocas las iglesias que aún conservan todos esos efectos hollywoodienses pero hay constancia de ellos. Ray Harrihausen no inventó gran cosa.
Y, precisamente, la Semana Santa es uno de los puntos fuertes de esta renovación de la “imagen corporativa” del Vaticano. Se reivindicó lo más duro del Nuevo Testamento; la pasión de Cristo. Y se mostró con toda su crudeza. Las tallas que estos días llevan a hombros los capuchones vallisoletanos son verdaderos dramas. Una estética brutal, descarnada que desgraciadamente, se ha terminado aceptando como algo normal y convencional. Una tradición más. Foto a lo turista japo y el típico comentario de abuela “¡Que esculturas más bonitas!” Un hombre yacente, lleno de heridas, sangrando por los cuatro costados… ¡precioso, oiga!
Pero si intentamos situarnos en la mentalidad del hombre del s XVII, la Semana Santa cobra una dimensión distinta. Un espectáculo oscuro y silencioso. Los capuchones tienen prohibido hablar durante las procesiones. El cielo plomizo y la música de las trompetas, épica como el Morricone de los espaguetis western. Es la escenificación de un hombre al que torturan y finalmente matan de una forma sádica. ¿Hay algo más brutal? La violencia es una de los temas más recurrentes cuando se quiere llamar la atención. Barroco en estado puro. Sin excesos ni griteríos, en Valladolid siempre ha gustado la sobriedad. Ser impactante sin ser hortera. Sin duda es una efectiva forma de atraer devotos. Y funcionó.
2 comentarios:
Has visto dogma? Según el propio Kevin Smith su intención era hacer una película catolica. Catolicismo guay ya! con lo que mola el jesucristo colega! xD
A mi mira que la semana santa nunca me ha gustado. Incluso de pequeño los papones me daban miedo.
Pero ahora es ver a los exaltados de las semanas santas sevillanas en la tele (no habrá más provincias…) que me dan ganas de salir a las calles de León a ver a las diversas cofradías.
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