Me enamoré de un maniquí

La mujer más bonita que vi cuando estuve en Roma era un maniquí. De esto hace ya casi un año. Pero el otro día repasando las fotos del viaje volví a ver a la señorita de plástico sentada a la puerta de una tienda del Trastevere. ¿A que es guapísima?

Era un viaje de prácticas de la universidad. Yo iba, cuaderno en mano, con otro que no se separaba de su reflex digital. Cuando nos quisimos dar cuenta habíamos perdido a todo el grupo en mitad del “Trastevere” que es como si Bertolouci y Almodóvar dirigieran juntos una nueva versión de “Dentro del Laberinto”. Marujas por la calle llamando a sus hijos a voz en grito, un solazo radiante típico de un anuncio de “Maxibom” y las paredes de las casas destartaladas y requetepintadas en colores chillones. Y en todas las plazas por donde pasábamos se celebraba alguna boda, con todo el despliegue de cutrez ; el novio que parecía de la “cosa nostra” con su novia al lado y rodeado de chicas de esas que piensan que ir elegante es vestirse de puta.

Mi colega fotógrafo y yo corríamos de un lado para otro, chocándonos con gente. Y de repente vimos la maniquí que realmente llamaba la atención. Y aquí me podéis ver haciendo el gilipollas delante de ella intentando proponerla algo. En eso si que se parecía a las mujeres de carne y hueso; ni siguiera abrió la boca para mandarme al carajo.