Se presenció en mitad de la comisaría. Delante del sheriff. Con un ducados a medio terminar apoyado en el labio inferior. Todos los policías pensaban que se llevaría una típica somanta de palos. Pero no. Simplemente entró en el despacho y cinco minutos después de conversación salía...
Todos los sabían. Edd “El bellota” también. Uno no vive, literalmente, en los sótanos del departamento de documentación del CNI para luego no estar enterado de nada. Durante nueve años había examinado todas las denuncias contra el “Sheriff de Coslada”. Había estado esperando todo ese tiempo a encontrar una razón –una buena razón- para conseguir quitarle de en medio. Y no, la justicia universal no era suficiente.
Finalmente ayer cerró la carpeta azul donde venia todo lo referente al “Caso Coslada”. Un poli psicópata es como un conductor cocainómano; siempre acaba pasándose de la raya y se da la ostia él solo. El sheriff no era para menos. Terminó ostiando a quien no debía, o tratando de tomarse el refresco horizontal prohibido. Y eso fue todo lo que necesitaba Edd para activar el mecanismo rutinario que conlleva querer “cerrar una carpeta”. Evidentemente no me contó mayores detalles en la historia. Tampoco me atreví a preguntarle más. Invitarle a un Johnie Walker solo me da derecho a una información general.
Lo cierto es que se presenció en mitad de la comisaría. Delante del sheriff. Con un ducados a medio terminar apoyado en el labio inferior. Todos los policías pensaban que se llevaría una típica somanta de palos. Pero no. Simplemente entró en el despacho y cinco minutos después de conversación salía con otro cigarrillo nuevo en la boca y su clásico ademán de sonrisa sardónica.
Al día siguiente todo salía a la luz pública. Edd me lo relataba así mientras brindábamos con una vaso de whisky sin hielo. “Por los hijos de puta. Porque siempre les tengamos cogidos por las pelotas”. Yo lo sabía tan bien como él. Y el Sheriff de alguna forma no lo desconocía del todo. Que si seguía vivo era porque Dios y los hombres oscuros del CNI se lo permitían. Y que tarde o temprano, en algún momento se les acabaría el chollo. A nadie le sorprendió un carajo…
En el bar sonaba algo de Billie Holiday. Pegaba con el ambiente cargado por el humo de los cigarrillos y el sabor fuerte y amargo del escocés sin hielo. Y con la historia.
Todos los sabían. Edd “El bellota” también. Uno no vive, literalmente, en los sótanos del departamento de documentación del CNI para luego no estar enterado de nada. Durante nueve años había examinado todas las denuncias contra el “Sheriff de Coslada”. Había estado esperando todo ese tiempo a encontrar una razón –una buena razón- para conseguir quitarle de en medio. Y no, la justicia universal no era suficiente.
Finalmente ayer cerró la carpeta azul donde venia todo lo referente al “Caso Coslada”. Un poli psicópata es como un conductor cocainómano; siempre acaba pasándose de la raya y se da la ostia él solo. El sheriff no era para menos. Terminó ostiando a quien no debía, o tratando de tomarse el refresco horizontal prohibido. Y eso fue todo lo que necesitaba Edd para activar el mecanismo rutinario que conlleva querer “cerrar una carpeta”. Evidentemente no me contó mayores detalles en la historia. Tampoco me atreví a preguntarle más. Invitarle a un Johnie Walker solo me da derecho a una información general.
Lo cierto es que se presenció en mitad de la comisaría. Delante del sheriff. Con un ducados a medio terminar apoyado en el labio inferior. Todos los policías pensaban que se llevaría una típica somanta de palos. Pero no. Simplemente entró en el despacho y cinco minutos después de conversación salía con otro cigarrillo nuevo en la boca y su clásico ademán de sonrisa sardónica.
Al día siguiente todo salía a la luz pública. Edd me lo relataba así mientras brindábamos con una vaso de whisky sin hielo. “Por los hijos de puta. Porque siempre les tengamos cogidos por las pelotas”. Yo lo sabía tan bien como él. Y el Sheriff de alguna forma no lo desconocía del todo. Que si seguía vivo era porque Dios y los hombres oscuros del CNI se lo permitían. Y que tarde o temprano, en algún momento se les acabaría el chollo. A nadie le sorprendió un carajo…
En el bar sonaba algo de Billie Holiday. Pegaba con el ambiente cargado por el humo de los cigarrillos y el sabor fuerte y amargo del escocés sin hielo. Y con la historia.
2 comentarios:
De verdad que es una vergüenza lo que ha pasado ahí, y esperemos a ver si hay implicaciones políticas. Todo apunta a que sí.
Un saludo
Lo tuyo es la leche, Fonseca: dibujas genial y además se te da la novela negra. :-) ¿Has pensado en hacerle la competencia a Carlos Ruiz Zafón?
Muy buena la entrada.
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